En realidad, no me importa demasiado que sea el último día de este viaje. Nueva York es el centro del mundo y, por lo tanto, un lugar del que uno nunca se va. De un modo u otro, siempre se vuelve. Esta había sido mi segunda vez. Yo había estado en la ciudad dos veces en mi vida. En realidad una, porque la primera, no pasé del aeropuerto, en tránsito hacia Los Angeles... en el lejanísimo 1981. La segunda vez, en 1995, la ciudad se veía espléndida. Las torres gemelas, como una enrome joya en el sur de Manhattan, que aquella vez subí y documenté en un diario de viaje escrito a mano, diarios de viajes de otros tiempos.
Habíamos pensando en bicicletas para recorrer Central Park. No no resultó. Quizá quisimos emular la lógica de San Francisco, pero buscamos un local de alquiler que nunca encontramos. Los "vendedores" al paso no nos daban confianza y el sistema público no nos quedó claro como funcionaba. Además hacía mucho frío... todo un tema ver que hacíamos con las camperas al entrar en calor, así que, decidimos caminar.
Y caminamos y caminamos. Podríamos decir que recorrimos toda el área sur, hasta la altura de los museos. Central Park parece un bosque infinito, casi irreal, como los enormes edificios que marcan su contorno. Vimos los lagos semicongelados, las amigables ardillas... y comimos en uno de esos "carritos" de comida turca/árabe al paso, que no son tan baratos tampoco, pero que resultan divertidos.
En mitad del trayecto se rompió mi celular. El capítulo técnico sería cosa de otro blog. Solo resta decir que terminamos otra vez en el Best Buy. De regreso al aeropuerto fuimos en subte y con el Air train. No es fácil bajar las escaleras con valijas enormes, Nueva York no es Londres... pero es mucho más barato y divertido que tomar un taxi.
Seguro volvemos, quedó tanto para ver. Ni me despido.
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