lunes, 31 de enero de 2022

Viento con derechos patagónicos

 El Chalten, 31 de enero 2022

Afuera llueve y hay un viento de temer. Cuando nos imaginamos el glamping nos imaginábamos sacando fotos de la vía láctea, pero no. Nos agarró el viento primero, un viento bien patagónico y, después, lluvia, bastante lluvia. Así que bajo el ruido intenso de la naturaleza me dispongo a escribir el diario del día…

No salimos excesivamente temprano de Calafate, nos tomamos la mañana con calma. El Imago tiene un tema con la calefacción: está altísima y no se puede bajar. Por la noche casi me deshidrato, así que me levanté medio molesta. Quizá era mejor negocio abrir la ventana y listo. Pensando estas cuestiones se fue el desayuno y una parada para comprar provisiones y un termo… porque la botellita multiuso que traje no se bancaba el agua caliente para el mate. Así que con todo listo, salimos de Calafate y agarramos la Ruta 40 camino al Chaltén. La última vez que habíamos hecho esta ruta hace más de 25 años, nos tomamos un micro de línea. Era un camino de ripio y polvo. Ahora es una ruta bastante decente con paradas indicadas para sacar fotografías. Igual hay que ir despacio y con cuidado. Sobre todo cuando el viento empieza a reclamar sus derechos patagónicos. Llegamos a la Leona cerca del medio día bordeando el lago y siguiendo las vueltas del río. En La Leona sacamos las fotos de rigor y recordamos viejos tiempos. Por fuera, todo parece detenido, exactamente igual, exactamente remoto, aunque con un avance inteligente en términos de energía eólica y solar. Por dentro se notan los 25 años de buen marketing. Igual sigue siendo un pasaje estrambótico y solitario. No se ven micros de turistas enlatados todavía.


El tramo desde La Leona al Chaltén es un poco más largo. El viento empezó a ganar cuerpo pero al doblar, saliendo de la ruta 40, la cordillera ya asomó entre las nubes. Fue emocionante ver la figura del Fitz Roy que habíamos querido ver hace tantos años en excursión relámpago pero no habíamos tenido suerte por la cortina de nubes. Nos apuramos a sacar muchas fotos por si acaso.


Al llegar al pueblo había sol. Sol y nubes. Pero sol al fin. Dimos una vuelta por el pueblo que casi no coincidía con nuestro recuerdo. No es que sea muy grande, pero es mucho más de lo que habíamos visto la vez que no vimos nada. Almorzamos unas sopas en un restaurante que tenía un nombre hermoso: Pangea. Nos encantó. Nos conectamos al wi fi y avisamos a todos que entrábamos en el cono del silencio. Entonces empezó a levantar el viento con todo… y decidimos apurarnos sobre todo porque Google decía que a las 17 se largaba.

El camino a los EcoDomos no es muy largo, unos 12 kilómetros, pero entre el viento y las piedras, nos lo tomamos con calma. Cruzamos mucha gente haciendo trekking, algunos ciclistas y varios vehículos. Cuando llegamos, el viento era descomunal y bajar las valijas hasta nuestro domo no fue ninguna pavada.

El domo es hermoso, aunque el viento da un poco de miedo. En la cena, en el domo restaurante, una chica comentaba que el micro en el que llegaron casi vuelca y que se le rompieron los vidrios. Estaba un poco asustada, el viento se siente muy fuerte en los domos. Ahora prendimos la salamandra, son casi las 23 y todavía hay algo de claridad… con nubes y todo. Pero los picos todavía no pudimos verlos desde el domo. Mejor descansar para mañana.


domingo, 30 de enero de 2022

No hay dos sin tres

 El Calafate, 30 de enero 2022

La primera vez que supe de la leyenda del calafate, eso de comer el berry salvaje para seguro volver, fue con un video en super 8 de mis primas, que allá lejos en los setenta habían viajado y habían filmado el evento de degustación silvestre. Por mi parte me aseguré de hacerlo y parece que funciona. La primera vez que vinimos fue en el 95. Habíamos ido en avión hasta Río Grande y habíamos contratado un avioncito de la línea “El pingüino” para atravesar la estepa. Previa escala en la pista de ripio de Río Turbio, el avioncito, pese a mi pánico, nos llevó con dulzura ocre hasta avisar el turquesa inolvidable de estos lagos despojados y extraterrestres. 

Aterrizaje en Río Turbio sobre pista de Ripio, 1995
Río Turbio, 1995

Aterrizamos ahi nomás del Lago Argentino y, digamos todo, no hay como la primera vez. La segunda fue en las víspera del quilombo del 2001. Nos había llevado un premio y viajamos a todo trapo con Adrián enyesado y dos bebés. Ahí no salimos mucho de la hostería Los Notros y nuestro estadía fue bastante extravagante… tanto que por entonces ni tiempo para el diario de viajes tenía. Y ahora vamos por la tercera, solos otra vez, en la periferia del nido vacío…

Hace más de dos años que no subía a un avión. Sobreviví bastante al barbijo pero se hizo largo. Me sorprendió que el aeropuerto internacional, que tanto me había impactado en 2001, ahora me pareció un galpón con onda y hasta ahí. Como tantas cosas en Argentina, crecen de golpe y después… se estancan por décadas. El pueblo creció mucho aunque no tanto. Impresionan las avenidas anchas por lo pretenciosas e innecesarias. Al entrar reconocimos la figurita del célebre Alto Calafate, si sos Argentino, ni falta hace que explique, y sino, a googlear. Qué decir. Proyecta cierta sombra derpimente. Por suerte, el lago turquesa sigue ahí en su perfección incorruptible.

Nos instalamos en el Hotel Imago. Es lindo, pero estamos muy cansados. Mañana salimos temprano para El Chaltén.