jueves, 31 de enero de 2019

Esto con Obama no pasaba

Killington 12 de enero, 2019
Hace quince años que esquiamos. Aprendimos de grandes nosotros. Yo tenía 35 y fue en Cerro Bayo, en Villa la Angostura. Mis hijos eran re chiquitos. La nena tenía cuatro y el varón seis. Como sera que ellos ya casi no se acuerdan de la primera vez que se pusieron los esquíes. En cambio para mi, fue todo un animarse a algo arriesgado… ¿desafío? Y sí. Muchos problemas que superar: la indumentaria infumable, los movimientos anti intuitivos (¿Qué es eso de tirarte para adelante sobre la pendiente para controlar la velocidad y hacia atrás para acelarar?), el viento, los instructores, las colas en los medios… ¿Qué más puedo contar de una semana de esquí que no haya contado ya? Este es el cuarto año que venimos a Killington. Nos gusta porque tiene pistas largas para esquiadores intermedios, cosa que es bastante difícil de encontrar en Argentina, donde los centros de esquí (o al menos los que conocemos nosotros) están hechos para gente bastante joven o veteranos muy expertos o con tendencias suicidas. Aca la juventud puede pasarla bien, pero hay todo otro público, como nosotros, que también se siente incluído.

Este año viajamos por Delta. Al llegar al hub de Atlanta nos queríamos morir: la cola en migraciones era descomunal. En chiste yo dije: esto con Obama no pasaba… pero parece que algo tenía que ver con la gestión Trump y el shut down. Parece que los empleados federales no habían cobrado el sueldo y por eso mucha gente había pedido licencia. Al lado de la cola había unos argentinos que iban a Orlando. Eran de Catamarca, hacía como dos días que estaban viajando. Por mucho menos en Argentina armamos un quilombo descomunal, les dije con la intención patética de buscar una mirada de complicidad. Porque estábamos en EEUU y nos la bancábamos calladitos, calladitos. Una empleada nos dijo que las máquinas no funcionaban porque había habido mucho fraude… igual, nos llamó la atención la calma con la que se la tomaban los tipos de migraciones y que no nos tomó las huellas. El tema es que perdimos el avión con conexión a Boston. Por suerte, los empleados de Delta sí fueron muy eficientes y rápidamente te iban acomodando en el vuelo siguiente así que, aunque un par de horas más tarde, llegamos a Boston el día que teníamos previsto para recoger nuestro auto de alquiler en Hertz y manejar hasta Vermont.

El hotel sigue lindo como siempre. Ni muy berreta ni demasiado lujoso. Confortable y práctico. De montaña. Pero de Green Mountains. De Vermont. De madera de Nueva Inglaterra. Pasamos bastante tiempo en el hotel, porque después del día de esquí casí no queda sol. Vermont es recontra al norte. La otra noche pusimos la televisión. Fue un solo día y estaban dale que dale con el shut down, con los riesgos para la seguridad, con los testimonios de los que no habían cobrado el sueldo y… bueno. Esa noche no podía dormir. Era un hecho que me afectaba que se insinuaran problemas de seguridad en los aeropuertos. Así que decidí que la televisión no se prendía más. Igual, me saltaban noticias por Internet. Pero no las leía. Habíamos ido a esquiar, a fin de cuentas.

lunes, 28 de enero de 2019

Último día tucumano

San Miguel de Tucumán, 18 de noviembre

Selva Tucumana
El día amaneció lluvioso. Tomamos la ruta 307 después de desayunar camino a la ciudad de Tucumán. Nos sumergimos en la selva tucumana amenazada de brumas y lluvias intermitentes. Hay que mantener tanto verde. Cada tanto parábamos a sacar fotos, además íbamos despacio, con cuidado… había mucho tráfico en sentido a Tafí.

De regreso por la ruta 38
Al salir de la selva tomamos la ruta 38 en dirección a Famaillá. Después entramos a Lules. Yo recordaba que era la ciudad de Palito Ortega. Los sábados, cuando era chica, yo siempre veía sus películas. Me acuerdo mucho de “Yo tengo fe”, que era medio autobiográfica porque contaba su vida en el pueblo desde que se tomó el tren para ir a Buenos Aires.
Estación de Lules
Fuimos hasta la estación y miramos un poco. Es una ciudad chiquita. En los alrededores se ve bastante pobreza. Vemos un carro arrastrado por una moto. Hay muchas motos. Me quedé pensando que estos pueblos del interior profundo las motos quizá son una reencarnación los caballos. Las motos son una manera diferente de concebir la movilidad. No son autos, tampoco son bicicletas motorizadas… son caballos.
Desde el interior de la Casa Histórica
Murales de Lola Mora
Ahí muy cerca ya, llegamos a San Miguel de Tucumán. No es una ciudad que enamore, en particular. Esperaba ver más naranjos. A lo mejor, todavía no estaban con frutos. Fuimos a visitar la casa histórica. No nos pareció muy a la altura de su significado histórico. Un poco venida a menos, digamos. Estábamos viendo una especie de infografía interactiva… y justo que cortó la luz. Entonces salimos a los patios. Quizá lo más interesante (y que realmente vale la pena) sean los murales de Lola Mora que fueron hechos por encargo de Roca.
Después buscamos un restaurante para comer empanadas, tamales y cayote con nuez. A la tarde subimos al cerro, donde parece estar lo más lindo de la ciudad. La selva es hermosa, pero el camino es para tomarlo con cuidado. Nos pasó un Porsche a los pedos. Uno no sabe bien qué pensar de los contrastes norteños que se ven al pasar.
Cristo de San Javier
Después de muchos recovecos, llegamos al Cristo de San Javier. Junto  a la estatua hay un centro de interpretación donde se cuenta, infografías mediante, algunas cosas sobre el área de San Javier cuya construcción había empezado a principios del siglo XX con proyectos medio ambiciosos como la ciudad universitaria que finalmente nunca se realizaron. Y también algunas curiosidades sobre el camino de subida el cerro, como la trayectoria de “El rulo” una vuelta bastante retorcida necesaria para subir por la que pasamos de ida y de vuelta. La vista desde San Javier es linda, aunque hubieramos esperado más oferta gastronómica… tampoco nos pareció muy cuidado el entorno. Un poco de basura aquí y allá, realmente, una pena.
Vista de San Miguel del Tucumán desde el Cerro San Javier
Avanzamos un poco antes de bajar. Quisimos conocer la cascada del río Nosqsue, pero por las lluvias estaba anegada y un guardia nos recomendó no bajar.  Entonces decidimos volver. De regreso pasamos por la zona de Yerba Buena, aparentemente, un barrio muy elegante.
Menhir en el jardín de la
Casa de Gobierno
Ya de vuelta en la ciudad, caminamos por la zona histórica, entramos a la Catedral y vimos algunos edificios emblemáticos. La casa de gobierno nos pareció muy imponente incluso más linda que la Casa Rosada. Finalmente nos quedamos a tomar un café frente a  la basílica de nuestra señora de la Merced. Por la noche saldríamos a cenar con unos amigos. A la mañana siguiente, nuestro avión volvía, muy temprano, para Buenos Aires. Así que el viaje, comenzó su cuenta regresiva.

domingo, 27 de enero de 2019

El camino a la Ciudad Sagrada

Tafí del Valle,17 de noviembre de 2018
Nos despertamos muy temprano con la noticia de que habían encontrado el ARA San Juan. Eran como las seis de la mañana pero en la ansiedad de saber qué había pasado no pudimos volver a dormir. Como el plan era ese día visitar las ruinas de Quilmes nos fuimos a desayunar mientras nos poníamos al tanto de las noticias. El desayuno de la hostería nos gustó. Sencillo pero rico. Estaba medio nublado…  si llovía se nos iba a complicar la excursión.

En la ruta

Tomamos la ruta 307 camino a Amaicha. Vimos  algunos autos y micros de dos pisos que daban bastante miedo en las curvas. Al rato nos dimos cuenta de cierto cambio en el panorama meteorológico: había despejado bastante. Pensamos que los pronósticos se equivocan mucho, por suerte, a nuestro favor.
El Infiernillo
En El infiernillo, que es un alto en el viaje, nos encontramos con una panorámica contundente por lo que paramos para sacar fotos. También hay un puñadito de tiendas con artesanías regionales. Me compré un bolsito étnico multicolor a buen precio. Eso sí, solo efectivo. Había dos llamas a modo decorativo y nos miraban. No creo que fuera nada personal, estaban ahí para poner cara de llamas y dejarse sacar fotos con los turistas.
Dejamos una propina en un chanchito de barro. Un local nos señaló una buena foto en el punto panorámico, es que aparecen los primeros cóndores. El horizonte era verde imponente y recortaba la silueta de las montañas con cierta mística.

Valía la pena quedarse colgado mirando a la distancia… estaba fresco. Habíamos hecho bien en ponernos los polars antes de bajar. Al salir de Él Infiernillo, pasamos por las cumbres Calchaquíes. A medida que avanzamos un ejército de cardones avanzaba glorioso levantando el estandarte de una landmark.
Los cardones se veían gordos y hermosos. La mayoría con brotes asimétricos a los que les faltaba poco y nada para ser flores. Algunos tenían muchos brazos enormes. Un cartel de la ruta presentaba a uno de ellos como el cardón abuelo. Un grupo de turistas paró justo ahí a sacarse fotos con el super cardón. Más adelante había una escuela que se llamaba Manuela Pedraza.
Escuela Manuela Pedraza con Paneles Solares en el techo
Nos llamaron la atención los paneles solares sobre el tejado. Pasamos también por un observatorio astronómico, o mejor dijo, la entrada. El observatorio, tomamos nota, quedaba hacia arriba de la montaña, sobre la ladera derecha. Tomamos nota, a la vuelta, si teníamos tiempos, iríamos a ver qué onda. Después llegamos a Amaicha pero seguimos directo a Quilmes. El camino de ingreso al sitio arqueológico es de ripio pero son muy pocos kilómetros, apenas un desvío. Me llamaron la atención algunos pequeños cúmulos de piedra en las banquinas. Luego supe que esos montoncitos se llaman apachetas y están relacionadas con el culto a la Pachamama.
Las ruinas de Quilmes están bastante restauradas. Se nota el esfuerzo por hacer rendir el yacimiento arqueológico con fines turísticos. En primer lugar, el nombre: Ciudad Sagrada de Quilmes. En segundo lugar, el centro de interpretación, está muy bien hecho, al estilo yanqui. Con material audiovisual y un guión épico y emotivo destacando el espíritu de libertad de los Quilmes, primero resistencia al Inca y luego a los Españoles. También presentan con atractivo cool el culto a la Pachamama. Ya fuera del centro de interpretación, un guía explica con mayor rigor histórico algunos detalles. Por ejemplo, que las viviendas ubicadas a mayor altura se correspondían con un mayor estrato social dentro de la comunidad.
El camino de ascenso a la Ciudad Sagrada de Quilmes
En la cima el consejo de sabios y caciques, eran los que mayor poder tenían. Las ruinas están reconstruidas en un 10 por ciento. Subimos el Pucará Sur hasta el atalaya. No llegamos hasta el último, pero igual, fue bastante alto. La visa desde arriba es imponente. Vale la pena ver el laberinto de paredes de piedras hacia abajo, interrumpido solo un cachito por cardones y apachetas. Levantando la vista, las cumbres Calchaquíes regadas del verde descolorido del mediodía. Sí, demasiada luz. Y demasiado calor.
Vista de la Ciudad Sagrada de Quilmes desde la cima. En el horizonte, las Cumbres Calchaquíes.
Nos estábamos deshidratando, así que comenzamos a bajar y fuimos arrancando para Amaicha. Descartamos seguir hasta Santa María, será otro viaje.
El Museo de la Pachamama
Almorzamos en Amaicha en un lugar encantador que nos hizo acordar a una cafetería literaria de Caviahue. La estiramos un poco para disfrutar. De postre, comimos helado con dulce de tuna. Después visitamos el Museo de la Pachamama, un emprendimiento artístico inspirado en motivos indígenas que me gustó mucho. Leí en Tripadvisor que algunos critican porque esperan un museo de tipo arqueológico o histórico.

El Museo de la Pachamama
El Museo de la Pachamama es otra cosa, es una instalación creativa, una versión libre y moderna del culto a la Pachamama visualmente atractiva. Vale la pena entrar, caminar y perderse por las esculturas simbólicas y dejarse llevar por lo que a uno le pasa caminando entrando en las figuras tal como las imagino Cruz, el artista emprendedor que montó el museo.

El Museo de la PachaMama
Como regresamos por la misma ruta por la que habíamos ido, intentamos visitar el observatorio astronómico… subimos (ahora quedaba a nuestra izquierda) y tocamos el timbre varias veces. Había carteles ploteados que anunciaban visitas y paquetes turísticos con observación incluída… pero no nos atendió nadie así que volvimos a la ruta medio desilusionados. Así que llegamos a Tafi y nos pedimos una cervecita… mientras mirábamos el cerro. Finalmente, no había llovido nada ni parecía que iba a llover. Así que salimos a caminar, a comprar algunos souvenirs (zapatillas de telar étnico, dulce de cayote, imanes). En una de las calles del centro había un evento folklórico privado en una carpa, estaba el intendente y un cordón policial. No dejaba pasar ni los autos ni las motos. Vimos a un pibe re caliente con la policía por la cuestión y medio que hasta discutieron. Unas cuadras más adelante, había otro evento. Un festejo deportivo parecía, me imaginé que era de fútbol. Venían por la calle principal a los bocinazos limpios con una copa alzada. Y lo que seguía era una procesión detrás de la imagen de la virgen. Chicos y chicas vestidos para el carnaval a toda comparsa bailando “Felices los cuatro”. Los padres filmando y sacando fotos con los celulares. Hablemos de sincretismo, de la convergencia de las tradiciones con la modernidad. Hablemos de la cantidad de gente en Tafí… cenamos en el hotel. Era lo más práctico.
Desfile carnavalezco al paso