jueves, 25 de enero de 2018

Lobster hasta en el desayuno

Portland, 1 de enero de 1918


La última noche del 2017 fue sin brindis. Las dos horas de diferencia nos cayeron pesadas así que vía Whatsapp saludamos a la familia y dimos oficialmente comenzado el año nuevo. Habíamos ido a comer al restaurante del hotel temprano, tipo siete al estilo americano, lo que estaba bastante lejos de una cena de año nuevo. Las mozas tenían guirnaldas decorativas como collares, pero más que eso no había muchos indicios de festividad a excepción de una mesa vecina donde tres señoras añosas presuntamente pasadas de copas tenían coronitas de fantasía sobre sus cabezas teñidas de rubio claro. Cuando nos despertamos ya había amanecido.

Portland

Desde el piso diez en el que estamos podían verse los techos nevados aunque hace varios días que dejó de nevar. La ola polar que se instaló la semana pasada mantuvo la nieve inicial con esa apariencia traicionera: parece nieve fresca pero está dura y al pisarla se quiebra como un vidrio.

Desayunamos en el restaurante del hotel, lo que resultó complicado porque no había desayuno continental. Las opciones eran de lo más extravagantes… una de ellas era ¡lobster! Es que el lobster es típico de Maine. Pero, obviamente nos inclinamos por cosas más normales como yogurt con granola y hot cakes.
Bug Light, Portland


Salir no fue fácil. Hacía tanto frío que unos minutos sin guantes y empezabas a dejar de sentir los dedos. Literal ¿eh? No, no es una exageración. Así que nos metimos dentro del auto emponchadísimos a recorrer un poco la ciudad desierta como era de esperar un primero de enero invernal. El cielo estaba totalmente despejado lo que nos permitió recorrer las calles del centro entre montículos de nieve apilada. Todo muy nueva inglaterra, todo muy costero. Visitamos el Bug Light, un pequeño faro en el sur mientras pasabamos por zonas donde el agua se veía completamente congelada.
Por la tarde fuimos en auto una hora hacia el sur, más precisamente a Kittery. Allí hicimos algunas compras (me juraron que sería el único día dedicado a hacer shopping) hasta que comenzó a anochecer a eso de las cuatro y media. A las cinco vimos una superluna en el horizonte mientras empezábamos a volver. Era tan grande la luna que vimos al paso que no parecía real. Entonces, discutimos si era la luna o un cartel luminoso. Gané la apuesta, por su puesto.
Puesta del sol en Kittery, Maine
Cuando llegamos al hotel, pedimos room service para cenar: wrap de vegetales, pizza, fish and chips. Fue una idea excelente.

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