El Chalten, 3 de febrero
Esta va a ser nuestra cuarta noche (y la última) en los eco domes ya que mañana nos vamos para el pueblo. Definitivamente, el glamping es lo nuestro. Estoy escribiendo ahora mirando el perfil del Fitz Roy que se deja ver, intermitentemente. Las nubes van y vienen con el viento, pero el domo tiene la magia de filtrarte las incomodidades de la naturaleza y dejarte solo la mejor parte. Son casi las seis de la tarde y todavía el sol está alto.
Hace un rato nomás llegamos el Lago del Desierto. La excursión no fue demasiado planificada pero como el día prometía sol pensamos que era buena opción desde acá ya que, según nos contaron en recepción, el ripio, pasando los puentes estaba mejor que en el camino que conecta con el pueblo. Son unos 20 kilómetros que nos habrá llevado un poco más de una hora.
Este viaje tiene mucho de recordar aquel que hicimos en los noventa, cuando todo esto era tierra de nadie. A Lago del Desierto habíamos llegado en un colectivo de línea y nos había parecido un lugar extraordinariamente hermoso. En ese sentido, sigue igual. Es escandalosamente hermoso.
Llegamos relativamente temprano. Optamos por realizar el trekking al glaciar Huemul que nos habían dicho no era muy exigente y valía la pena. Como es un predio privado, hay que pagar entrada. Pagamos entonces unos 600 pesos (al cambio que recordamos, unos 3 dólares) y realmente vale la pena. Primero porque la entrada da acceso a baños buenos y limpios y, además, la caminata está muy bien indicada y cuidada para facilitar el ascenso. En la parte más picante, hay unas sogas instaladas que permiten agarrarse para hacer la subida (y la bajada) mucho más segura. La caminata no dura más de una hora, atraviesa un bosque dulce y recortado por un arroyo glaciar que hace su gracia con varios saltos con nombres italianos. El paisaje final es un lago turquesa rodeado de glaciares en flecha que se derriten como víctimas sufridas del calentamiento global. Vale la pena subir y porsobretodaslascosas, está bueno que no llegas extenuado ni angustiado por el regreso. Así que almorzamos ahí y realmente lo disfrutamos.
Al bajar, recién pasado el mediodía, había un par de decenas de autos y combis en la entrada. Un contraste controvertido con nuestra primera visita. En lo personal me malhumoró un poco, pero traté de olvidarlo. Avanzamos por la orilla entre autos estacionados y turistas a los gritos con poca cultura del turismo aventura y la introspección. Preguntamos en un muelle junto a gendarmería por excursiones lacustres. La única disponible llegaba en 20 minutos: una navegación de casi una hora por el lago sin descenso que costaba unos 1500 por persona (unos 7,5 dólares) pero para salir tenía que contar con un mínimo de 4 pasajeros. Tuvimos esperanza y nos pusimos a esperar. Hicimos bien. El barquito salió con una decena de turistas entusiastas. El guía, un argento informal, oriundo del Tigre pero instalado en la zona desde unos 20 años, contaba algunas cosas sobre el lugar haciendo foco en el asunto del conflicto limítrofe con Chile por este lago que es la única razón por la cual nosotros sabíamos de él y lo quisimos conocer hace tantos años. El marketing del barquito es la soberanía pero el guía lo maneja con bastante moderación. En su reseña recordó el conflicto de 1965 cuando los carabineros chilenos avanzaron sobre la frontera y la gendarmería los corrió a los tiros con el resultado de un muerto hasta la fundación del pueblo del Chaltén en 1985, durante el gobierno de Alfonsín a fin de asentar población argentina y la resolución del conflicto en una corte internacional. El guía también dió datos interesantes sobre la profundidad del lago, la siembra de truchas (dijo que la versión que más le gustaba sobre el origen del nombre “lago del desierto” se debía a que originalmente no había peces en ese lago) y su testimonio del calentamiento global sobre el que comentó bastante claro cómo es que los inviernos eran menos duros y los veranos ridículamente cálidos al tiempo que los glaciares se hacían sopa.
Regresamos por el mismo camino y aprovechamos para parar en la Plaza de la Soberanía, un hito en la ruta que conmemora la escaramuza entre argentinos y chilenos en 1965. Sacamos un par de fotos por ahí y nos dimos cuenta de que Adrián se había puesto una remera roja del centro de esquí de Sierra Nevada. Nos reímos un poco de la desubicación patriótica.
Esta es nuestra última tarde en los domos. Vamos a ver si el viento nos permite hacer algunas tomas con el drone.
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