miércoles, 2 de febrero de 2022

Hermoso, intenso y medio peligroso

 El Chalten, 2 de febrero


Ayer no escribí. Es que llegamos destruídos. Sobre todo las rodillas. Es anti intuitivo pero, al menos a mi, me cansa mucho más bajar que subir. Me cansa física y mentalmente. Mirar donde, pensar una estrategia, concentrarme en que las piernas respondan al plan. En fin… pasaron casi 30 años desde que hicimos este tipo de travesías y el cuerpo lo sabe. 

La noche de llegada había sido un diluvio sideral. El viento asustaba pero a la madrugada empezó a despegar. Lamentamos no haber salido a ver las estrellas que, desde el domo se veían increíbles. Al amanecer, antes de las cinco de la mañana se reveló la figura del Fitz Roy y del Poincenot. El glaciar del cerro Eléctrico estaba en el centro y también nos decía buenos días. Los colores rosados del amanecer nos llenaron de optimismo y decidimos que no solo haríamos el sendero de La Laguna de los 3, sino que sería accesible y placentero. Bueno.


 
Vista desde los Eco Domes


Salimos con las viandas en la mochila y bien equipados empezamos la travesía desde los Eco Domes. El primer tramo, venía tranqui pero divertido, algunas piedras, ramitas, mucha flora para identificar. La salida se une a la senda de la Hostería El Pilar. Es un camino de unos 5,5 kilómetros que termina en el camping Poincenot. Es un recorrido hermoso, largo pero sin dificultad que recorre el Río Blanco por partes y a mitad de camino tiene un mirador imponente del glaciar de Piedras Blancas.


Glaciar Piedras Blancas


Nosotros fuimos parando, sacando fotos… llegamos al camping un poco antes de medio día, aprovechamos una letrina inmunda y cruzando el río picamos algo como para recuperar energías. Y ahí recién luego de una caminata de cinco horas empezaba el trekking picante. El camino de subida a la Laguna de los 3 sube 400 metros en 1,8 kilómetros. Pero quizá ese no sea tanto el problema como que el acceso es difícil, sobre todo, sin técnica. La gente igual se manda. Y como el día era espectacular, subíamos en manada. La gente joven y entrenada daba envidia, pero había otros también que daban miedo por la imprudencia. A ver: tiene su riesgo. En un momento alguien se cayó o algo y pedían un médico a los gritos. Yo pensaba, si fuera médico ¿qué puedo hacer? ¿Cómo accedo a ver al herido? ¿Con qué lo socorro? Quizá ir con un guía facilita mucho el recorrido y hace que uno no subestime. El guía te dice por donde bajar, donde poner el pie, cuanto parar y cuando cargar energía. Uno no sabe. Ví algún guía llevando un grupito y claro, es otra cosa. Además, uno tampoco sabe cuando termina y eso complica regular el esfuerzo. A los que bajaban les preguntaba ¿cuánto falta? Unos te decían, ehhh falta, pero vale la pena. Otros decían, un montón, la mitad, un tercio. ¿Carteles? ninguno. Me sentí alentada por alguien que me dijo: esta es la peor parte pero ahí nomás termina y después viene una subida más planita. ¡Y era cierto! Cuando llegué a la parte plana, la hilera de excursionistas empezó a gritar ¡un cóndor! ¡Un cóndor! Entonces lo ví. Un vuelo imperial, seguro, suave, firme. ¿La foto? Se las debo.


La laguna de los 3


Adrián y yo nos separamos en un momento, no sé bien por que yo agarré envión y llegue unos 20 minutos antes. Él tenía sed, se le había acabado el agua porque su botella era más chica que la mía. Al llegar saqué algunas fotos y busqué una piedra para almorzar. Eran casi las tres de la tarde y tenía hambre. El paisaje es realmente increíble, pero la afluencia masiva de gente le quitaba el encanto. De hecho, saqué fotos pésimas porque trataba de recortar a los humanos. Se acercó un zorrito, los excursionistas le compartían sus viandas como si fuera una mascota. Esperé a Adrián con el celular en mano para registrar su llegada, estaba destruído. No estábamos en condiciones de bajar hasta la laguna que quedaba bastante más abajo y después requería volver a subir, así que comimos nuestra vianda mirando los picos sobre el cielo despejado y el color mágico de la laguna imaginándonos que la gente se esfumaba. No nos quedamos demasiado tiempo, porque todo lo que habíamos subido había que bajarlo.

La primera parte de la bajada fue muy estresante para mí. Adrián, al revés de la ida, me sacó ventaja. Yo prefería pasar por lenta a romperme un tobillo. Gracias a dios habíamos llevado bastones de trekking y estábamos realmente bien equipados, de otra forma, hubiera sido más peligroso todavía.

Al cruzar el río Blanco volvimos a cargar agua. Paramos mucho menos que a la ida pero ya no íbamos tan saltarines porque estábamos extenuados. Al acercarnos al inicio del sendero empezaba a bajar la temperatura aunque todavía quedaban muchas horas de luz. Como el regreso no estaba indicado tan claro, de pronto no reconocimos el camino y empezamos a dudar. El río estaba como más crecido, por un lado. Pensamos que quizá el día de sol había traído más deshielo. Por suerte con la batería extra pudimos hacer resucitar un celular y ver nuestra ubicación en el mapa. Estábamos ahí nomás, pero habíamos tomado una variante. Además, con mucha liviandad a la mañana no habíamos prestado la debida atención. Después de pelear un poco bajo el influjo del cansancio encontramos el camino correcto y llegamos casi para la cena. Bueno, no tan tarde pero no quedaban turnos así que tuvimos que ir más bien temprano. Si hubo estrellas por la noche no podría decirles: me caí desmayada en la cama, tanto que la salamandra se apagó y ni me enteré.

Obviamente nos despertamos más tarde al día siguiente. El tiempo amaneció inestable. Nubes que iban y venían, un poco de viento y la punta del Fitz Roy rodeada de espuma movediza. Como casi no podíamos movernos elegimos hacer un día tranqui. Caminamos por el mismo sendero de ayer hasta el primer mirador, ahí hicimos un picnic contemplando el glaciar. Después, bordeamos el río y tratamos de descifrar por qué nos habíamos perdido ayer. Llegamos a la conclusión de que el camino de ida estaba bien indicado pero el de vuelta no y estábamos demasiado cansados como para darnos cuenta de que debíamos mirar las flechas invertidas. Así que esquivando llovizna intermitente volvimos para el domo a primera hora de la tarde a descansar clasificando las nubes (en la recepción de los Eco Domes encontré una pequeña guía de clasificación) … y a leer, pintar, y escribir. A fin de cuentas, estamos de vacaciones.


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