viernes, 11 de febrero de 2022

Una remake del catamarán de aproximación a los glaciares

 El Chalten, 11 de febrero 2022

Como habíamos programado, hoy hicimos excursión lacustre por el Lago Argentino, esas excursiones que uno solía decir “del catamarán” pero que ahora les dicen crucero. Habíamos hecho algunas parecidas, pero esta es nueva. Sale temprano a la mañana y lleva un ganado importante. La mayoría argentinos pero también un grupete de brasileros que durmieron buena parte del trayecto. Arrancamos tipo 9 de la mañana de Puerto La Soledad. La nave de varios niveles llevaba más de cien almas, seguro. Varios guías que emitían su speech primero en castellano y después en inglés, música suave de fondo, baños óptimos, cafetería. El trayecto arranca por el glaciar seco y el Spegazzini. A estos nunca los habíamos visto. El Spegazzini es muy alto y pareciera que se acerca bastante. La gente se emociona, se vuelve loca. Se sacan fotos con pedazos de hielo. A mí me irrita un poco el gallinerío, el hielo me da silencio, meditación. Pero la alegría es contagiosa, no está tan mal tan poco.




Después nos acercamos al Upsala. El Upsala es el más grande pero también, el que retrocede más rápido. Siempre menciono a propósito del calentamiento global que cuando lo vimos con intervalo de seis años notamos ese retroceso a simple vista. Y no importa entrar el debate de los recuerdos reconstruidos, mencionan todo el tiempo el tremendo desgranamiento del Upsala. De hecho, no es posible acercarse mucho porque está prohibido navegar cerca. Lo vimos bastante de lejos y acabamos haciendo foco en los tremendos témpanos que se acercan al canal.



Bahía de las Vacas


De ahí nos llevaron a la bahía de las vacas, que es una costa del lago donde, al parecer, un nóridco había venido con la misión de llevarse a las vacas salvajes que quedaban de la época en que las primeras estancias fueron cedidas a Parques Nacionales… pero después se fue, porque las cosas resultaron trágicas. Nos hacen bajar del barquito y vamos en grupetes en fila india por un senderito de menos de un kilómetro. El paseo es agradable, no sopla demasiado el viento y la guía se esfuerza por transmitir la emoción de la gente que le vino a poner el cuerpo al viento y al frío en estas latitudes mundocúlicas. Media hora después, volvemos al barco para almorzar. Nosotros no contratamos el servicio de viandas esta vez. Estamos hartos de los sánguches… pero cuando vemos las box lunch y el olorcito… medio que nos da un poco de envidia.



Seguimos por el Canal de los Témpanos para el Perito Moreno. Las guías se toman su tiempo para explicar quién fue Francisco Moreno y por qué perito y por qué el glaciar. La historia es vieja y repetida pero asumo que el público se renueva. También vuelven a explicar las cuestiones técnicas en general de los glaciares y la particularidad del Perito Moreno… ¿por qué es tan famoso? Por su accesibilidad, porque está en equilibrio y ¡por sus rupturas! Algo dijo respecto a que uno observa cierto retroceso lateral… yo pensé eso cuando lo ví otra vuelta esta vez. Pero mencionó que los expertos dicen que esto no es relevante… Como sea, luego de los detalles técnicos tuvimos un tiempo zen para observar. De pronto un tempano se dio vuelta… y fue algo interesante, muy diferente a un desprendimiento. Después, como parte del show, cuando el barco se dio vuelta, nos invitaron a subir la cubierta para una “despedida” al glaciar. Pusieron entonces la canción a la bandera. Bien explotado el timming patriótico. Muchos de los pasajeros medio que se emocionaron. Otros medio que decían WTF. Pero bueno.

De ahí, volvimos. Ya eran más de las cinco. 

Y era hora de volver al hotel y preparar las valijas. Estamos justitos con el peso. Habrá que reorganizar.


Upgrade

La última noche, otra vez, el bar del Imago como para cenar algo rápido estaba cerrado. Como ya estábamos cansados fuimos al restaurante del Hotel. Pedimos trucha, que se yo, nos pareció un buen cierre. Pero no fue tan buen cierre. Me intoxiqué. Les ahorro los detalles.


jueves, 10 de febrero de 2022

En busca de la mistica perdida

 El Calafate, 9 de febrero

Hoy fue el día clásico. Fuimos a ver las pasarelas del Perito Moreno. Sacamos la entrada por Internet así nos servían para dos días no consecutivos (al parecer, si se saca en el lugar, sirve solo para dos días consecutivos). Igual, aunque te dan el ticket digital, tenés que hacer la cola como cualquiera y validarlo en caja, donde te dan uno de papel. No se entiende mucho el sentido. Además, nadie después te pide el ticket. Que sé yo… medio ridículo todo.

Fue un día nublado, de a ratos llovía. El Perito Moreno es imponente, desde luego, pero no sé si porque los recuerdos engañan, por que estaba muy nublado o por el calentamiento global, lo ví como más chico, más abarcable… ¿puede ser? La pasarela es nueva, toda de metal y cuadriculada. Incluso te pueden llevar en un micro a un nivel superior para que solo tengas que bajar. Nos pareció ridículo pero quizá no esté mal desde la accesibilidad. El estacionamiento estaba bastante lleno, y los restaurantes también. 

Me dio un poco de nostalgia recordar la pasarela vieja, esa cosa más romántica. Los grupos de turistas a los gritos, la gente haciendo videollamada mostrando el glaciar, tener que esperar para que se corran y sacar una foto… bueno, no es que estallara de gente tampoco, pero es como que esa cosa mística que tenía el hielo y el silencio… ya fue. Ojalá sobreviva en baja temporada.




Comimos nuestra vianda en la pasarela esquivando la lluvia que se largaba de a ratos. Con los binoculares vimos a los que llevaban para el trekking sobre el hielo, excursión inolvidable que hicimos en el 94 cuando era algo bastante extravagante pero no salía tan caro ni había que reservar con anticipación. 

El glaciar está ahora lejos de tocar la costa y formar el dique. Al parecer la última vez que se rompió fue en el 2018 y por el momento parece como que faltara mucho para que vuelva a formarse. Nos quedamos discutiendo largo sobre cómo era que circulaba el agua porque había tanto viento que parecía funcionar contra el sentido común. 

Al final, medio que nos corrió la lluvia. A la salida, hicimos una bajada a la altura del mirador que estaba junto a la hostería Los Notros donde habíamos parado en 2001. La hostería, ahora abandonada, había sido vendida hace rato y comprada por Cristobal Lopez hace varios años con el objetivo de hacerla más grande. Al parecer hubo lío por el impacto ambiental y ahora hay algo espantosamente abandonado y en ruinas.


Por un lado la vieja hostería semidesmantalada y por el otro, la nueva y  mucho más grande construcción sin terminar, junto con unos cuantos hierros, vidrios rotos y etceteras. El impacto ambiental de semejante cúmulo de basura, es un escándalo. Al menos, la vegetación va avanzando. Nos metimos entre los escombros y tratamos de reconocer ese lugar donde nuestra habitación daba al glaciar en todo su esplendor. Bajando al mirador, se nos acercó un zorrito colorado buscando comida. Por supuesto, no lo alimentamos porque de otra forma la fauna silvestre pierde las mañas para la caza y eso no debe suceder. Pero le sacamos un montón de fotos.

De regreso a El Calafate las nubes fueron cambiando de forma y la lluvia quedó atrás. Así que dimos algunas vueltas por el lago argentino y volvimos al hotel a descansar.


El Calfate, 10 de febrero

No teníamos planes concretos para hoy. Habíamos pensado días tranquis para observación astronómica o drone pero entre el viento y las nubes, tuvimos que pensar en otros planes. Así que aprovechamos la mañana para visitar un Punta Walichu un yacimiento arqueológico con pinturas rupestres que habíamos conocido en los 90 y recordábamos con cierto romanticismo. El lugar está a la salida de Calafate, en la orilla del Lago Argentino. Según cuentan, fue bautizado por el mismísimo Perito Moreno. El lugar es privado y está muy cuidado, no con muchos recursos pero con bastante creatividad. La vez pasada, era una vista guiada, ahora, te entregan un audioguía grabada con la que vas recorriendo las postas. Las pinturas son pequeñas y muchas cuesta verlas bien. Pero el lugar es realmente mágico y buscaron explotar eso porque las guías tienen un relato suave, relajate… con muy buena música. Es una experiencia bastante espiritual. Hay también algunas reproducciones de pinturas de otros yacimientos arqueológicos de la provincia que están integrados a la experiencia. 



De allí nos fuimos para las otras afueras del pueblo, camino al parque. Hay un museo que se llama Glaciarum que es un centro de interpretación sobre los glaciares. Por fuera es una construcción atractiva, de zinc, que alude con alguna licencia geométrica el frente de un glaciar. El museo es un centro de interpretación didáctica como el que uno esperaría encontrar incluído dentro del parque nacional y no tener que pagarlo aparte… pero en el parque nacional el centro de interpretación estaba cerrado…  y los carteles didácticos son bastante malos, aún más los nuevos que los más viejitos. 

El museo es una colección de infografías con mucho texto, alguna maqueta y algunos recursos audiovisuales. Hay un juego interactivo que nunca entendimos cómo andaba. No es muy moderno y está muy lejos de las exposiciones interactiva-didácticas que vimos en EEUU o en Inglaterra, pero no es un desastre tampoco. Hay una proyección sobre la ruptura del glaciar que está relatada en primera persona (habla el glaciar) y es un poco cursi, pero bueno, a lo mejor pueda resultar emocionante si uno pone buena onda. Lo que más me gustó fue el video dedicado al Perito Moreno, aunque lo exalta muy escolarmente, no está mal.

Lo que quedó del día fue poco. Salimos a comprar pavaditas y a comer algo por ahi. Mañana hacemos una lacustre clásica y con eso, se acaba el viaje.


martes, 8 de febrero de 2022

De regreso a Calafate

 

Calafate, 8 de febrero

Irnos de un lugar donde la pasamos bien, siempre cuesta. Así que dimos algunas vueltas y antes de agarrar la ruta, visitamos lo que entendíamos era un museo histórico. Se trataba de una casita alpina prefabricada y mínima, de las primeras 12 que estuvieron listas para la fundación donde había funcionado la primera escuela. La verdad que nos defraudó un poco. Primero, no había nadie, entramos y salimos sin que nadie ni siquiera nos dijera ¿qué hacen ahí? Vimos algunas fotos de la primera maestra, un guardapolvo, algún ploteo dedicado a la fundación pero no mucho más. Realmente la historia del Chaltén es mucho más pintoresca y pensamos que daba para mucho más. En el segundo piso, más mínimo todavía, había cierto desorden con material de exhibición típico de la era K: desaparecidos y todos los cliché del relato de los 70. Ni una mención al conflicto limítrofe con Chile que fue, a fin de cuentas, la razón por la que el Chaltén se fundó… RARO.

Finalmente nos despedimos con algo de sol y nubes sobre los picos. Ya en la ruta seguí leyendo en voz alta el libro “Hito62”, de Amadeo García Bertoni, que habíamos comprado ayer. Las desventuras de los Selpúlveda, la política exterior, el enfrentamiento entre carabineros y gendarmes en el 65… muchas historias mencionaban la ciudad de Tres Lagos, que era algo así como el último puesto de la autoridad por aquellos tiempos. Nos dio curiosidad entonces y nos desviamos unos 35 km antes de tomar la ruta 40 para ver como era hoy, si era algo. Encontramos un pueblito solitario en medio de la estepa: un par de hostels y de oficinas estatales. Tal vez un par de decenas de casas. Vimos una una estación de servicio sin bandera muy pintoresca en la salida/entrada. Tiene internet y hasta Mercado Pago… bueno, para la nafta no, eso se paga en efectivo. Los expendedores y algunas paredes estaban tapados de infinitos stickers de motoqueros, motorhome y otros viajeros de las rutas en general y las patagónicas en particular. Sacamos fotos, fuimos al baño y volvimos por los mismos 35 kilómetros para retomar el camino a Calafate.



Ya sobre la ruta 40 otra vez vimos un cóndor. Imposible sacarle fotos. En La Leona hicimos una pequeña parada para almorzar y vimos, por última vez, la cima borrosa de Fitz Roy. Más adelante, el Lago Argentino, volvía a insistir con sus turquesas apastelados.


De regreso en Calafate desembarcamos en el hotel y salimos a dar alguna vuelta. Reservamos una excursión clásica lacustre para el último día (no quedaban más disponibles) y tomamos un café. En el local no andaban los baños, al parecer un problema general del sistema de aguas pero, nos enteramos después que es una falla frecuente, probablemente falta de inversiones que llevan a todo a colapsar cuando sube la demanda. 

Vistamos la Laguna Nimez que hoy es una reserva municipal. Recordábamos perfectamente que en nuestra visita histórica recorrimos esos pajonales vecinos al lago Argentino que ya nos habían gustado mucho. Ahora, al ser un área protegida, está llena de pájaros y patos… y estallada de flores de manzanilla. La visita tiene un sendero marcado con referencias para la flora yla fauna. El mirador para las aves permite observarlas con mucha discreción, especialmente si se cuenta con prismáticos.




Hacia la hora de cenar tuvimos un par de roces con el personal del hotel Imago. Supuestamente es un hotel cinco estrellas pero el servicio deja un poco que desear… pero no voy a aburrir con eso ahora. Voy  a dejar mi reseña en Trip Advisor y en Google a fin de advertir a futuros viajeros.


lunes, 7 de febrero de 2022

Un humeul, una mochilera italiana y un libro

 El Chalten, 6 de febrero


El trekking de hoy fue el más intenso después de la Laguna de los tres. Fuimos al cerro y la laguna torre por un sendero de unos diez kilómetros, según desde donde se cuenten. Si bien no tiene un tramo tan complicado es largo y las piedras, y el sol y el cansancio acumulado, nos dejaron bastante agotados. Igual, la travesía valió la pena. Aunque el cerro torre estuvo tapado por nubes buena parte de la caminata, incluso cuando llegamos, en el camino de vuelta despejó y pudimos verlo en todo su esplendor.

La Laguna torre muestra el eclipse del glaciar. Hay unos pocos témpanos derritiéndose en el agua helada. Especulamos que hace quizá no muchos años el glaciar llegaba todavía a la laguna…ahora, está retirándose sobre la piedra, cada vez más encogido.

Había bastante gente en la caminata, y la orilla del lago parecía la Bristol el 15 de enero. Bueno, estoy exagerando, pero la paz de la montaña está siempre un poco alterada. En este trekking había muchos extranjeros, generalmente chicos jovenes, rubios y flacos hablando inglés, francés, alemán. Los mochileros en general parecen argentinos. Los europeos son más de los hostels que hay unos cuantos en el pueblo.

La alegría impensada de la excursión fue el avistaje de un huemul. Lo vimos en los bosques que atraviesan el sendero: se quedó, quetito y tranquilo bancándose las fotos que le sacabamos enloquecidos. Es un bicho hermoso. 

La mala fue que yo me caí dos veces en el regreso. La primera, me enganche la zapatilla con un tronco. La segunda, que fue la peor, me patiné sobre piedras y me raspe el codo. Las dos me dolieron bastante. Es que el cansancio se va acumulando y a veces el cuerpo no responde…

Así que, medio destruídos, cenamos en el hotel. No estábamos ni para una cerveza en el pueblo.


El Chalten, 7 de febrero


El pronóstico venía medio malo y esta vez parecía que la iban a pegar. Además, nos duraba bastante el cansancio de ayer… el plan fue un día hipertranqui y lo bien que hicimos porque las amenazas de lluvia terminaron concretándose. Nos ocupamos de llevar ropa al lavadero, por ejemplo, cosa que a esta altura del viaje se hace necesaria. Aprovechamos también para visitar una pequeña capilla donde se rinde homenaje a otros los escaladores que se murieron en expediciones. Es bastante impactante la cantidad de gente que se cargaron estos cerros puntudos y lisos. La capillita tiene fotos, homenajes y plaquitas. Se pone un poco creepy con las cenizas de algunos, aunque seguro debe haber sido más los que se quedaron para siempre en las alturas glaciares. También hay un libro de visitas y yo dejé mi mensajito, para no perder la costumbre. 



Saliendo de la capillita, pensamos que era buena idea pasar nuestro último día en Chalten volviendo a Lago del Desierto ya que es un lugar que nos parece muy hermoso. Hay algo en el color del agua que lo hace muy diferente a otros lugares. Además, queríamos ver si encontrábamos el senderito que habíamos hecho hace tantos años, reconocer la playita de cantos rodados, buscar las fotos que recordábamos. De camino a la zona levantamos a una mochilera italiana que vivía en Valencia y llevaba más de cuatro meses viajando por Argentina y Chile, hablaba tanto que más que italiana parecía argentina. Nos contó de todo y si bien iba hasta el lago Cóndor, finalmente la llevamos hasta el Lago del Desierto donde seguramente terminaría acampando. Nosotros tomamos un chocolate en la cafetería del estacionamiento y aprovechamos para usar los baños. Después, recorrimos la primera orilla en la que creímos reconocer nuestro primer viaje. Luego cruzamos del otro lado, donde hay un pequeño puente colgante y avazamos hasta donde nos dejaron mis tobillos maltrechos y sacamos algunas fotos divertidas. Un grupo de chicos estaba haciendo tomas con un drone, lo cual nos dio mucha bronca porque entendemos que no se pueden usar drones en los parques nacionales.


Después nos corrió la lluvia, primero livianita y después un poco más atrevida. Así que nos volvimos para el pueblo aprovechando para chusmear la Hostería del Pilar, donde comenzaba el sendero que empalma con los EcoDomes para la Laguna de los Tres. Medio bajo la lluvia llegamos hasta una construcción con techo a dos aguas bastante pintoresca. Era cuestión de satisfacer  nuestra curiosidad.



De regreso en el pueblo hicimos algunas compras, pero sin mucha caminata porque la lluvia no paraba y el viento empezó a hacer la cosa fulera. Entramos en un local de variedades donde compramos un libro sobre la historia del hito 62, los Sepúlveda y todo el tema de la cuestión limítrofe. El dueño/vendedor nos dijo que era un buen libro. Como era un tipo más o menos de nuestra edad aprovechamos para preguntar si hacía mucho que estaba en Chalten y como nos dijo que sí, confirmamos con él que la cafetería/cervecería que recordábamos en el 94 era la misma que estaba ahí al lado. Pensamos en tomar algo, pero todavía estaba cerrada.


Y aunque no era muy tarde, volvimos para el hotel a ordenar un poco las cosas, mientras empezamos a leer el libro sobre el conflicto limítrofe que nos atrapó tanto que seguimos leyéndolo durante y después de la cena.


sábado, 5 de febrero de 2022

Buscando recuerdos fotográficos

 El Chalten, 5 de febrero

El último atardecer en los domos fue inolvidable. Después de volar un poco el drone y sacar algunas tomas (no sabemos manejarlo bien todavía) nos pusimos a esperar el anochecer. Fue una noche perfecta: la vía láctea, las nubes de magallanes, el joyero, las pléyades del sur, Orion… todo lo que se veía a simple vista era realmente increíble. Sacamos fotos y algunas salieron increíbles. Nuestra experiencia del glamping fue extraordinaria, no le faltó nada… nos fuimos completamente encantados pero teníamos que seguir viaje.



Ayer bajamos al pueblo y nos alojamos en una hostería muy linda. La habitación es preciosa y lo valoramos porque dejar el glamping no fue fácil. Una vez que nos instalamos y acomodamos un poco las cosas para hacer algunas compras y pasar por la lavandería, la farmacia… yo tenía los labios destruídos y necesitaba urgente comprar manteca de cacao.


Después hicimos una vuelta por el pueblo, tratamos de recordar qué había cuando vinimos en el 94 y creemos haber reconocido una cervecería/cafetería en la que paramos esa vez. Preguntarle a los locales es inútil, todos son jóvenes y cuando preguntamos por el 94 nos miran con cara de asombro, la mayoría de ellos ni habían nacido. Cuando lleguemos a Buenos Aires vamos a buscar las fotos… alguna debe haber quedado.





1994 - 2022 (creemos que el mismo lugar)



El pueblo es mínimo de todas formas, aunque se nota que hubo algo de inversión en los últimos tres o cuatro años. Todo luce muy nuevo. Mucha construcción de madera al estilo chileno (o norteamericano) lo que evita esa imagen desagradable de esqueletos de concreto y ladrillos sin terminar típicos de los lugares como este y parecidos. Como era un día espléndido la entrada daba una vista impecable del perfil de los cerros y aprovechamos para ir a la oficina de turismo y mirar un poco. Nos atendieron muy amablemente cosa que nos sorprendió para bien. Después hicimos un trekking más bien corto y fácil, el mirador de Los cóndores y de Las águilas que da a la estepa y a una vista pastel del lago Viedma. Por la noche pasamos por una cervecería cerca del hotel y comimos algo, rodeados de turistas franceses.

Pero hoy amaneció nublado y había también algo de viento. Optamos por un trekking mediano hasta la laguna Capri. En realidad es la primera parte del camino que llega a la Laguna de los tres, pero saliendo desde el pueblo. El sendero no es muy exigente y está bien mantenido. En unos cuatro kilómetros se puede ver el pueblo desde lo alto, el río de las vueltas y, si el tiempo lo hubiese permitido, el Fitz Roy y sus glaciares… pero estaba recontra nublado. Igual no nos preocupó mucho. Eso es lo bueno de estar muchos días aquí, uno puede tomarse con calma la inestabilidad del tiempo. Hicimos picnic en la laguna Capri. Una abeja nos molestó bastante y tuvimos que dejar mi manzana para que nos dejara vivir. A la abeja no le gustó ni medio cuando saqué la manzana y la puse en mi bolsa portátil de residuos… pero no pueden dejarse residuos (lo siento, abeja insoportable) sería un pecado más que un delito. A la vuelta, por momentos, amagó la lluvia y algo de viento aunque al final no pasó nada. Encontramos dos calafates y nos los comimos. No sé bien cuándo es el momento de los frutos, pero no debe ser esta porque no los vemos por ningún lado. El regalo inesperado fue el avistaje de unos pájaros carpinteros haciendo su loco toc toc en las lengas. Logré filmarlo y fue increíble.





jueves, 3 de febrero de 2022

Marketing soberanil navegando el lago del Desierto

 El Chalten, 3 de febrero

Esta va a ser nuestra cuarta noche (y la última) en los eco domes ya que mañana nos vamos para el pueblo. Definitivamente, el glamping es lo nuestro. Estoy escribiendo ahora mirando el perfil del Fitz Roy que se deja ver, intermitentemente. Las nubes van y vienen con el viento, pero el domo tiene la magia de filtrarte las incomodidades de la naturaleza y dejarte solo la mejor parte. Son casi las seis de la tarde y todavía el sol está alto. 

Hace un rato nomás llegamos el Lago del Desierto. La excursión no fue demasiado planificada pero como el día prometía sol pensamos que era buena opción desde acá ya que, según nos contaron en recepción, el ripio, pasando los puentes estaba mejor  que en el camino que conecta con el pueblo. Son unos 20 kilómetros que nos habrá llevado un poco más de una hora.

Este viaje tiene mucho de recordar aquel que hicimos en los noventa, cuando todo esto era tierra de nadie. A Lago del Desierto habíamos llegado en un colectivo de línea y nos había parecido un lugar extraordinariamente hermoso. En ese sentido, sigue igual. Es escandalosamente hermoso.

Llegamos relativamente temprano. Optamos por realizar el trekking al glaciar Huemul que nos habían dicho no era muy exigente y valía la pena. Como es un predio privado, hay que pagar entrada. Pagamos entonces unos 600 pesos (al cambio que recordamos, unos 3 dólares) y realmente vale la pena. Primero porque la entrada da acceso a baños buenos y limpios y, además, la caminata está muy bien indicada y cuidada para facilitar el ascenso. En la parte más picante, hay unas sogas instaladas que permiten agarrarse para hacer la subida (y la bajada) mucho más segura. La caminata no dura más de una hora, atraviesa un bosque dulce y recortado por un arroyo glaciar que hace su gracia con varios saltos con nombres italianos. El paisaje final es un lago turquesa rodeado de glaciares en flecha que se derriten como víctimas sufridas del calentamiento global. Vale la pena subir y porsobretodaslascosas, está bueno que no llegas extenuado ni angustiado por el regreso. Así que almorzamos ahí y realmente lo disfrutamos.



Al bajar, recién pasado el mediodía, había un par de decenas de autos y combis en la entrada. Un contraste controvertido con nuestra primera visita. En lo personal me malhumoró un poco, pero traté de olvidarlo. Avanzamos por la orilla entre autos estacionados y turistas a los gritos con poca cultura del turismo aventura y la introspección. Preguntamos en un muelle junto a gendarmería por excursiones lacustres. La única disponible llegaba en 20 minutos: una navegación de casi una hora por el lago sin descenso que costaba unos 1500 por persona (unos 7,5 dólares) pero para salir tenía que contar con un mínimo de 4 pasajeros. Tuvimos esperanza y nos pusimos a esperar. Hicimos bien. El barquito salió con una decena de turistas entusiastas. El guía, un argento informal, oriundo del Tigre pero instalado en la zona desde unos 20 años, contaba algunas cosas sobre el lugar haciendo foco en el asunto del conflicto limítrofe con Chile por este lago que es la única razón por la cual nosotros sabíamos de él y lo quisimos conocer hace tantos años. El marketing del barquito es la soberanía pero el guía lo maneja con bastante moderación. En su reseña recordó el conflicto de 1965 cuando los carabineros chilenos avanzaron sobre la frontera y la gendarmería los corrió a los tiros con el resultado de un muerto hasta la fundación del pueblo del Chaltén en 1985, durante el gobierno de Alfonsín a fin de asentar población argentina y la resolución del conflicto en una corte internacional. El guía también dió datos interesantes sobre la profundidad del lago, la siembra de truchas (dijo que la versión que más le gustaba sobre el origen del nombre “lago del desierto” se debía a que originalmente no había peces en ese lago) y su testimonio del calentamiento global sobre el que comentó bastante claro cómo es que los inviernos eran menos duros y los veranos ridículamente cálidos al tiempo que los glaciares se hacían sopa.



Regresamos por el mismo camino y aprovechamos para parar en la Plaza de la Soberanía, un hito en la ruta que conmemora la escaramuza entre argentinos y chilenos en 1965. Sacamos un par de fotos por ahí y nos dimos cuenta de que Adrián se había puesto una remera roja del centro de esquí de Sierra Nevada. Nos reímos un poco de la desubicación patriótica.

Esta es nuestra última tarde en los domos. Vamos a ver si el viento nos permite hacer algunas tomas con el drone.




miércoles, 2 de febrero de 2022

Hermoso, intenso y medio peligroso

 El Chalten, 2 de febrero


Ayer no escribí. Es que llegamos destruídos. Sobre todo las rodillas. Es anti intuitivo pero, al menos a mi, me cansa mucho más bajar que subir. Me cansa física y mentalmente. Mirar donde, pensar una estrategia, concentrarme en que las piernas respondan al plan. En fin… pasaron casi 30 años desde que hicimos este tipo de travesías y el cuerpo lo sabe. 

La noche de llegada había sido un diluvio sideral. El viento asustaba pero a la madrugada empezó a despegar. Lamentamos no haber salido a ver las estrellas que, desde el domo se veían increíbles. Al amanecer, antes de las cinco de la mañana se reveló la figura del Fitz Roy y del Poincenot. El glaciar del cerro Eléctrico estaba en el centro y también nos decía buenos días. Los colores rosados del amanecer nos llenaron de optimismo y decidimos que no solo haríamos el sendero de La Laguna de los 3, sino que sería accesible y placentero. Bueno.


 
Vista desde los Eco Domes


Salimos con las viandas en la mochila y bien equipados empezamos la travesía desde los Eco Domes. El primer tramo, venía tranqui pero divertido, algunas piedras, ramitas, mucha flora para identificar. La salida se une a la senda de la Hostería El Pilar. Es un camino de unos 5,5 kilómetros que termina en el camping Poincenot. Es un recorrido hermoso, largo pero sin dificultad que recorre el Río Blanco por partes y a mitad de camino tiene un mirador imponente del glaciar de Piedras Blancas.


Glaciar Piedras Blancas


Nosotros fuimos parando, sacando fotos… llegamos al camping un poco antes de medio día, aprovechamos una letrina inmunda y cruzando el río picamos algo como para recuperar energías. Y ahí recién luego de una caminata de cinco horas empezaba el trekking picante. El camino de subida a la Laguna de los 3 sube 400 metros en 1,8 kilómetros. Pero quizá ese no sea tanto el problema como que el acceso es difícil, sobre todo, sin técnica. La gente igual se manda. Y como el día era espectacular, subíamos en manada. La gente joven y entrenada daba envidia, pero había otros también que daban miedo por la imprudencia. A ver: tiene su riesgo. En un momento alguien se cayó o algo y pedían un médico a los gritos. Yo pensaba, si fuera médico ¿qué puedo hacer? ¿Cómo accedo a ver al herido? ¿Con qué lo socorro? Quizá ir con un guía facilita mucho el recorrido y hace que uno no subestime. El guía te dice por donde bajar, donde poner el pie, cuanto parar y cuando cargar energía. Uno no sabe. Ví algún guía llevando un grupito y claro, es otra cosa. Además, uno tampoco sabe cuando termina y eso complica regular el esfuerzo. A los que bajaban les preguntaba ¿cuánto falta? Unos te decían, ehhh falta, pero vale la pena. Otros decían, un montón, la mitad, un tercio. ¿Carteles? ninguno. Me sentí alentada por alguien que me dijo: esta es la peor parte pero ahí nomás termina y después viene una subida más planita. ¡Y era cierto! Cuando llegué a la parte plana, la hilera de excursionistas empezó a gritar ¡un cóndor! ¡Un cóndor! Entonces lo ví. Un vuelo imperial, seguro, suave, firme. ¿La foto? Se las debo.


La laguna de los 3


Adrián y yo nos separamos en un momento, no sé bien por que yo agarré envión y llegue unos 20 minutos antes. Él tenía sed, se le había acabado el agua porque su botella era más chica que la mía. Al llegar saqué algunas fotos y busqué una piedra para almorzar. Eran casi las tres de la tarde y tenía hambre. El paisaje es realmente increíble, pero la afluencia masiva de gente le quitaba el encanto. De hecho, saqué fotos pésimas porque trataba de recortar a los humanos. Se acercó un zorrito, los excursionistas le compartían sus viandas como si fuera una mascota. Esperé a Adrián con el celular en mano para registrar su llegada, estaba destruído. No estábamos en condiciones de bajar hasta la laguna que quedaba bastante más abajo y después requería volver a subir, así que comimos nuestra vianda mirando los picos sobre el cielo despejado y el color mágico de la laguna imaginándonos que la gente se esfumaba. No nos quedamos demasiado tiempo, porque todo lo que habíamos subido había que bajarlo.

La primera parte de la bajada fue muy estresante para mí. Adrián, al revés de la ida, me sacó ventaja. Yo prefería pasar por lenta a romperme un tobillo. Gracias a dios habíamos llevado bastones de trekking y estábamos realmente bien equipados, de otra forma, hubiera sido más peligroso todavía.

Al cruzar el río Blanco volvimos a cargar agua. Paramos mucho menos que a la ida pero ya no íbamos tan saltarines porque estábamos extenuados. Al acercarnos al inicio del sendero empezaba a bajar la temperatura aunque todavía quedaban muchas horas de luz. Como el regreso no estaba indicado tan claro, de pronto no reconocimos el camino y empezamos a dudar. El río estaba como más crecido, por un lado. Pensamos que quizá el día de sol había traído más deshielo. Por suerte con la batería extra pudimos hacer resucitar un celular y ver nuestra ubicación en el mapa. Estábamos ahí nomás, pero habíamos tomado una variante. Además, con mucha liviandad a la mañana no habíamos prestado la debida atención. Después de pelear un poco bajo el influjo del cansancio encontramos el camino correcto y llegamos casi para la cena. Bueno, no tan tarde pero no quedaban turnos así que tuvimos que ir más bien temprano. Si hubo estrellas por la noche no podría decirles: me caí desmayada en la cama, tanto que la salamandra se apagó y ni me enteré.

Obviamente nos despertamos más tarde al día siguiente. El tiempo amaneció inestable. Nubes que iban y venían, un poco de viento y la punta del Fitz Roy rodeada de espuma movediza. Como casi no podíamos movernos elegimos hacer un día tranqui. Caminamos por el mismo sendero de ayer hasta el primer mirador, ahí hicimos un picnic contemplando el glaciar. Después, bordeamos el río y tratamos de descifrar por qué nos habíamos perdido ayer. Llegamos a la conclusión de que el camino de ida estaba bien indicado pero el de vuelta no y estábamos demasiado cansados como para darnos cuenta de que debíamos mirar las flechas invertidas. Así que esquivando llovizna intermitente volvimos para el domo a primera hora de la tarde a descansar clasificando las nubes (en la recepción de los Eco Domes encontré una pequeña guía de clasificación) … y a leer, pintar, y escribir. A fin de cuentas, estamos de vacaciones.