San Miguel de Tucumán, 18 de noviembre
Selva Tucumana |
El día amaneció lluvioso. Tomamos la ruta 307 después de desayunar camino a la ciudad de Tucumán. Nos sumergimos en la selva tucumana amenazada de brumas y lluvias intermitentes. Hay que mantener tanto verde. Cada tanto parábamos a sacar fotos, además íbamos despacio, con cuidado… había mucho tráfico en sentido a Tafí.
De regreso por la ruta 38 |
Al salir de la selva tomamos la ruta 38 en dirección a Famaillá. Después entramos a Lules. Yo recordaba que era la ciudad de Palito Ortega. Los sábados, cuando era chica, yo siempre veía sus películas. Me acuerdo mucho de “Yo tengo fe”, que era medio autobiográfica porque contaba su vida en el pueblo desde que se tomó el tren para ir a Buenos Aires.
Fuimos hasta la estación y miramos un poco. Es una ciudad chiquita. En los alrededores se ve bastante pobreza. Vemos un carro arrastrado por una moto. Hay muchas motos. Me quedé pensando que estos pueblos del interior profundo las motos quizá son una reencarnación los caballos. Las motos son una manera diferente de concebir la movilidad. No son autos, tampoco son bicicletas motorizadas… son caballos.
Estación de Lules
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Desde el interior de la Casa Histórica |
Murales de Lola Mora |
Ahí muy cerca ya, llegamos a San Miguel de Tucumán. No es una ciudad que enamore, en particular. Esperaba ver más naranjos. A lo mejor, todavía no estaban con frutos. Fuimos a visitar la casa histórica. No nos pareció muy a la altura de su significado histórico. Un poco venida a menos, digamos. Estábamos viendo una especie de infografía interactiva… y justo que cortó la luz. Entonces salimos a los patios. Quizá lo más interesante (y que realmente vale la pena) sean los murales de Lola Mora que fueron hechos por encargo de Roca.
Después buscamos un restaurante para comer empanadas, tamales y cayote con nuez. A la tarde subimos al cerro, donde parece estar lo más lindo de la ciudad. La selva es hermosa, pero el camino es para tomarlo con cuidado. Nos pasó un Porsche a los pedos. Uno no sabe bien qué pensar de los contrastes norteños que se ven al pasar.
Cristo de San Javier |
Después de muchos recovecos, llegamos al Cristo de San Javier. Junto a la estatua hay un centro de interpretación donde se cuenta, infografías mediante, algunas cosas sobre el área de San Javier cuya construcción había empezado a principios del siglo XX con proyectos medio ambiciosos como la ciudad universitaria que finalmente nunca se realizaron. Y también algunas curiosidades sobre el camino de subida el cerro, como la trayectoria de “El rulo” una vuelta bastante retorcida necesaria para subir por la que pasamos de ida y de vuelta. La vista desde San Javier es linda, aunque hubieramos esperado más oferta gastronómica… tampoco nos pareció muy cuidado el entorno. Un poco de basura aquí y allá, realmente, una pena.
Vista de San Miguel del Tucumán desde el Cerro San Javier |
Avanzamos un poco antes de bajar. Quisimos conocer la cascada del río Nosqsue, pero por las lluvias estaba anegada y un guardia nos recomendó no bajar. Entonces decidimos volver. De regreso pasamos por la zona de Yerba Buena, aparentemente, un barrio muy elegante.
Menhir en el jardín de la Casa de Gobierno |
Ya de vuelta en la ciudad, caminamos por la zona histórica, entramos a la Catedral y vimos algunos edificios emblemáticos. La casa de gobierno nos pareció muy imponente incluso más linda que la Casa Rosada. Finalmente nos quedamos a tomar un café frente a la basílica de nuestra señora de la Merced. Por la noche saldríamos a cenar con unos amigos. A la mañana siguiente, nuestro avión volvía, muy temprano, para Buenos Aires. Así que el viaje, comenzó su cuenta regresiva.
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