Killington 12 de enero, 2019
Hace quince años que esquiamos. Aprendimos de grandes nosotros. Yo tenía 35 y fue en Cerro Bayo, en Villa la Angostura. Mis hijos eran re chiquitos. La nena tenía cuatro y el varón seis. Como sera que ellos ya casi no se acuerdan de la primera vez que se pusieron los esquíes. En cambio para mi, fue todo un animarse a algo arriesgado… ¿desafío? Y sí. Muchos problemas que superar: la indumentaria infumable, los movimientos anti intuitivos (¿Qué es eso de tirarte para adelante sobre la pendiente para controlar la velocidad y hacia atrás para acelarar?), el viento, los instructores, las colas en los medios… ¿Qué más puedo contar de una semana de esquí que no haya contado ya? Este es el cuarto año que venimos a Killington. Nos gusta porque tiene pistas largas para esquiadores intermedios, cosa que es bastante difícil de encontrar en Argentina, donde los centros de esquí (o al menos los que conocemos nosotros) están hechos para gente bastante joven o veteranos muy expertos o con tendencias suicidas. Aca la juventud puede pasarla bien, pero hay todo otro público, como nosotros, que también se siente incluído.
Este año viajamos por Delta. Al llegar al hub de Atlanta nos queríamos morir: la cola en migraciones era descomunal. En chiste yo dije: esto con Obama no pasaba… pero parece que algo tenía que ver con la gestión Trump y el shut down. Parece que los empleados federales no habían cobrado el sueldo y por eso mucha gente había pedido licencia. Al lado de la cola había unos argentinos que iban a Orlando. Eran de Catamarca, hacía como dos días que estaban viajando. Por mucho menos en Argentina armamos un quilombo descomunal, les dije con la intención patética de buscar una mirada de complicidad. Porque estábamos en EEUU y nos la bancábamos calladitos, calladitos. Una empleada nos dijo que las máquinas no funcionaban porque había habido mucho fraude… igual, nos llamó la atención la calma con la que se la tomaban los tipos de migraciones y que no nos tomó las huellas. El tema es que perdimos el avión con conexión a Boston. Por suerte, los empleados de Delta sí fueron muy eficientes y rápidamente te iban acomodando en el vuelo siguiente así que, aunque un par de horas más tarde, llegamos a Boston el día que teníamos previsto para recoger nuestro auto de alquiler en Hertz y manejar hasta Vermont.
El hotel sigue lindo como siempre. Ni muy berreta ni demasiado lujoso. Confortable y práctico. De montaña. Pero de Green Mountains. De Vermont. De madera de Nueva Inglaterra. Pasamos bastante tiempo en el hotel, porque después del día de esquí casí no queda sol. Vermont es recontra al norte. La otra noche pusimos la televisión. Fue un solo día y estaban dale que dale con el shut down, con los riesgos para la seguridad, con los testimonios de los que no habían cobrado el sueldo y… bueno. Esa noche no podía dormir. Era un hecho que me afectaba que se insinuaran problemas de seguridad en los aeropuertos. Así que decidí que la televisión no se prendía más. Igual, me saltaban noticias por Internet. Pero no las leía. Habíamos ido a esquiar, a fin de cuentas.
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