lunes, 26 de noviembre de 2018

Menhires y vaquitas


16 de noviembre de 2018


Salimos a la madrugada. Cuatro de la mañana para ser exactos. Queríamos llegar temprano a aeroparque, por las dudas. Estamos en vísperas de fin de semana lago y para variar había amenaza de protesta sindical. El vuelo salía 6:40, esperábamos tener mucho margen pero cuando entramos aeroparque nos encontramos con la locura de unos 200 metros de cola. Había tantísima gente y avanzaba lento. A medida que se acercaba la hora de preembarque, nos empezabamos a estresar más. Dos minutos antes nos decidimos y salimos de la cola. Nos dejaron pasar. Pusimos cara de ambulancia y en 15 minutos estábamos arriba del avión de LATAM destino a San Miguel de Tucumán. Igual, salió demorado, los pasajeros tardaron un montón en embarcar y no faltó un poquito de candombe con el tema del equipaje de mano… es que en competencia con las Low Cost te cobran aparte la bodega… bueno, se imaginarán los efectos. Nosotros no llevábamos casi nada.

Me quedé dormida. Me despertó la azafata para un café. Me tomé el café y me desperté para el aterrizaje. Igual estaba en el pasillo así que por la ventanilla no se veía nada. El aeropuerto de Tucumán nos recibió con calorcito y el perfil de los cerros a la distancia. Si bien el aeropuerto es internacional, pero no deja de tener el estilo galpón que tienen todos los aeropuertos de las provincias. Lamento decirlo, pero bueno. Fuimos derechito a la local del alquiler de auto que teníamos reservado y nos entregaron un Ford K. La empleada recontra amable y eficiente. Igual, fue un poco denso revisar todos y cada uno de los bollitos y manchitas que había que poner en el acta. Para colmo, antes de arrancar nos dimos cuenta que un foquito trasero no andaba… y otra vez a avisar. Uf. Se hizo largo. 




Camino a Famailla


Finalmente a eso de las 9 arrancamos camino a Tafí del Valle. Tomamos la ruta 301 y empezamos a sumergirnos en el camino verde. Queríamos desayunar de verdad y entonces decidimos entrar en el primer pueblo que se postulara y caímos en Famaillá. La entrada nos pareció un poco bizarra ¿qué es eso? ¿Un cementerio? Parecía más un parque temático. Desde el auto, nos pareció ver, a las apuradas, una especie de escenario simulando el vaticano, con estatuas coloridas del Papa Francisco y la guardia… con sus trajes diseñados por Miguel Angel. Hay una autora (Turkle) que habla del efecto “Cocodrilo artificial” para explicar como la realidad simulada puede transformarse en un arquetipo más perfecto y significativo que la realidad que emula. Bueno, no sería el caso de este fake que vimos al paso. Obviamente ni bajamos y seguimos hasta la plaza principal, donde encontramos un café que nos gustó y nos sentamos en la vereda bien al estilo parisino. Pedimos dos café con leche con medialunas. Además venía con juguito de naranjas. Nos pareció tan barato que preguntamos dos veces el precio. Mientras estábamos en la mesita hicimos toda una experiencia inmersiva. Maestras y niños circulando con guardapolvos blancos impecables, de esos con manga larga de los que ya no se ven en Buenos Aires. Otro grupito con uniforme… chicas con pollera ¡y corbata!. Y muchas motos. Muchísimas. Señoras grandes, bastante añosas, motorizadas.

Al salir de Famaillá nos fuimos metiendo en la selva. La selva tucumana es imponente ¿qué más puedo agregar? Las primeras vacas se nos empezaron a cruzar bastante impunes. Y también algunos burritos. Todo bien. Nada que objetar. Estábamos escapándonos de la ciudad. Llegamos hasta el mirador del Indio y paramos a sacar unas cuantas fotos. Valia la pena. También hicimos nuestras primeras compras porque había unos comercios chiquitos con productos regionales. Me compré una cartera colgante de colores con motivos indígenas y tres bolsillos. Es genial, me entran los dos pares de anteojos y el celular en un bolsillo muy a mano. Un golazo.




El Indio

Ya llegando a Tafí del valle pasamos por El Mollar buscando los menhires, pero medio como que nos perdimos y no los encontramos. Terminamos en el Dique de La Angostura y nos quedamos viendo el paisaje que de golpe se había vuelto totalmente perfecto. Después nos fuimos para la hostería que habíamos reservado en Tafí. Ya era el medio día así que dejamos nuestro equipaje mínimo y salimos a caminar por el pueblo, que nos pareció chiquito y simpático. Entramos en un restaurantito a comer unas empanadas y una humita al plato que estaban para recomendar. 




Dique La Angostura




Después de comer pensamos en ir a buscar los menhires que no habíamos encontrado. Una posibilidad era hacer la ruta de los artesanos o las dos cosas. Nos tiramos al camino sin mucho plan.
Finalmente después de algunas vueltas encontramos la plaza a la que habían llevado los menhires. Por mi parte yo pensé que estaban en el sitio original, pero parece que no, que los juntaron de todas partes del valle de Tafí y que los metieron esa plaza, bastante descontextualizados. Es una pena que estén tan poco cuidados y con tan poca información. Ni siquiera se paga entrada. Hay algunos carteles desgastados que tiran algunos datos, pero muy poco en verdad. Solo te queda en limpio que se trata de piezas de unos 2000 años de antigüedad… y luego algunas especulaciones medio obvias del tipo “símbolo fálico”.




Menhires en Los Molles


Cuando salimos de Los Molles, nos metimos otra vez por la ruta que atraviesa las sierras y de pronto estábamos en medio de una nube. Al salir, habíamos llegado a una estancia jesuítica preparada para el turismo con vaquitas y fábrica de queso. Pero no pudimos entrar, estaban limpiando. Nos contentamos con ver a los terneros corriendo en su corral.


Vaquitas en el corral de la Estancia Jesuítica


De regreso a Tafí, se había despejado ya. La vista, hermosa. Nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo otra vez y tomamos café con palmeritas. Después cenamos en el hotel porque nos fuimos a dormir temprano. Teníamos planeada una excursión larga para el día siguiente.

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